Apelmazados frente al efecto narcótico de una realidad cada vez más compleja, la vida se desarrolla en el área gris donde lo irracional se convierte en argumento válido frente a la oscura alternativa de un silencio despreocupado, de un pensamiento estéril que no distingue dónde comienza lo propio y termina lo ajeno.
En el espejo siniestro del mundo, nos resbalamos pisando los residuos del Gerber digerido y ajeno; y en ese mundo donde todo está dado, siempre hay alguien que limpia la regurgitada angustia y la procesa en un producto funcional y simbólico que seduce en tanto que desagrada y repele.
Sobre todo cuando el arma es de naturaleza discursiva, cuesta trabajo pensar que es posible tener una injerencia verdadera y tangible frente a una realidad que se presenta como algo completo e impenetrable en su excesiva simpleza, en su necesidad de generar reacciones específicas. Quizá la propuesta de análisis crítico del autor desde el ángulo subjetivista se dirija a generar un espacio donde se puede adoptar una distancia en la que tiene cabida el cuestionamiento de lo percibido. Aunque no tengamos acceso a un punto cero de referencia, el plantear una distancia interna crítica entre estímulo y respuesta es suficiente para que la realidad no se viva como un monolito inamovible y terminado, para que el individuo tenga agencia y se convierta la experiencia subjetiva en el objeto mismo de estudio. La palabra entonces se convierte en un síntoma socioanalítico.
En un sistema cuyo objetivo principal es la seducción y el entretenimiento (donde la repugnancia misma se torna en un modo de seducción y el punto es generar estímulos, generar consumo, generar necesidades que nacieron para vivir siempre hambrientas e insatisfechas), el discurso interno se vuelve una respuesta factible para determinar las consecuencias de esa fricción entre el sistema social y el psíquico, creando una especie de escisión entre el “yo” que es observado por los demás y el que se observa a sí mismo.
La realidad nos rebasa, la naturaleza nos excede y la apatía nos exime. El coste psíquico de enfrentar el choque entre mente y mundo es demasiado, pero demasiado es apenas suficiente.
sábado, 31 de enero de 2009
martes, 27 de enero de 2009
Por qué filosofía (capítulos 2 y 3 de la primera parte)
Aunque quizá de una forma sencilla e introductoria, me parece que hasta ahora el libro de Xavier Rubert de Ventós logra poner sobre la mesa reflexiones interesantes con respecto a lo que es la “actitud” filosófica de una manera que se integra a la experiencia cotidiana.
Es indiscutible que nuestra esencia es la de seres limitados (por el lenguaje- que determina nuestra estructura mental-, por cuestiones psicológicas de percepción, etc). En lo personal, lo que más rescato de lo anterior es que es precisamente esa naturaleza limitada la que nos empuja a ir más allá de lo expresable e incluso de lo concebible, expandiendo las posibilidades de nuestra vivencia frente a lo desconocido, angustiante e indefinido.
Es verdad que el lenguaje nos resulta insuficiente (e ineficiente) y que rara vez sentimos, por ejemplo, odio, rencor o amor, pero es precisamente esa inquietud frente a lo inexpresable lo que nos lleva a algo más. Un ejemplo concreto para mí sería “En busca del tiempo perdido” y la técnica narrativa de Proust, que utiliza las palabras y las experiencias en general como si fueran bloques que, unidos, se convierten en una imagen precisa de algo que sería indescifrable de otra manera. Es como si apelara a objetos y sensaciones cotidianas, accesibles a todo mundo, y las apilara hasta que emerge esa sensación de lo inefable (como la famosa y multicitada madalena). El punto sería que el progreso (arte, filosofía, tecnología) deviene en gran parte de la incomodidad.
Finalmente, creo que el autor logra plantear de forma simpática a los filósofos como seres moderadamente irritantes, como niños con preguntas insaciables y personas que se dedican profesionalmente a tergiversar (con más preguntas) los supuestos que rigen los esquemas sociales. Un conocimiento omnipotente que todo lo abarca termina por asemejarse más a un concepto mágico y mítico de aproximación al mundo. Lo importante entonces sería entender el conocimiento como el acercamiento desde un ángulo contextualizado a una realidad que está en constante movimiento, de modo que al vivir bajo la idea del conocimiento débil se está más bien apelando a su fortaleza más grande.
Es indiscutible que nuestra esencia es la de seres limitados (por el lenguaje- que determina nuestra estructura mental-, por cuestiones psicológicas de percepción, etc). En lo personal, lo que más rescato de lo anterior es que es precisamente esa naturaleza limitada la que nos empuja a ir más allá de lo expresable e incluso de lo concebible, expandiendo las posibilidades de nuestra vivencia frente a lo desconocido, angustiante e indefinido.
Es verdad que el lenguaje nos resulta insuficiente (e ineficiente) y que rara vez sentimos, por ejemplo, odio, rencor o amor, pero es precisamente esa inquietud frente a lo inexpresable lo que nos lleva a algo más. Un ejemplo concreto para mí sería “En busca del tiempo perdido” y la técnica narrativa de Proust, que utiliza las palabras y las experiencias en general como si fueran bloques que, unidos, se convierten en una imagen precisa de algo que sería indescifrable de otra manera. Es como si apelara a objetos y sensaciones cotidianas, accesibles a todo mundo, y las apilara hasta que emerge esa sensación de lo inefable (como la famosa y multicitada madalena). El punto sería que el progreso (arte, filosofía, tecnología) deviene en gran parte de la incomodidad.
Finalmente, creo que el autor logra plantear de forma simpática a los filósofos como seres moderadamente irritantes, como niños con preguntas insaciables y personas que se dedican profesionalmente a tergiversar (con más preguntas) los supuestos que rigen los esquemas sociales. Un conocimiento omnipotente que todo lo abarca termina por asemejarse más a un concepto mágico y mítico de aproximación al mundo. Lo importante entonces sería entender el conocimiento como el acercamiento desde un ángulo contextualizado a una realidad que está en constante movimiento, de modo que al vivir bajo la idea del conocimiento débil se está más bien apelando a su fortaleza más grande.
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