sábado, 31 de enero de 2009

Por qué filosofía

Apelmazados frente al efecto narcótico de una realidad cada vez más compleja, la vida se desarrolla en el área gris donde lo irracional se convierte en argumento válido frente a la oscura alternativa de un silencio despreocupado, de un pensamiento estéril que no distingue dónde comienza lo propio y termina lo ajeno.
En el espejo siniestro del mundo, nos resbalamos pisando los residuos del Gerber digerido y ajeno; y en ese mundo donde todo está dado, siempre hay alguien que limpia la regurgitada angustia y la procesa en un producto funcional y simbólico que seduce en tanto que desagrada y repele.
Sobre todo cuando el arma es de naturaleza discursiva, cuesta trabajo pensar que es posible tener una injerencia verdadera y tangible frente a una realidad que se presenta como algo completo e impenetrable en su excesiva simpleza, en su necesidad de generar reacciones específicas. Quizá la propuesta de análisis crítico del autor desde el ángulo subjetivista se dirija a generar un espacio donde se puede adoptar una distancia en la que tiene cabida el cuestionamiento de lo percibido. Aunque no tengamos acceso a un punto cero de referencia, el plantear una distancia interna crítica entre estímulo y respuesta es suficiente para que la realidad no se viva como un monolito inamovible y terminado, para que el individuo tenga agencia y se convierta la experiencia subjetiva en el objeto mismo de estudio. La palabra entonces se convierte en un síntoma socioanalítico.
En un sistema cuyo objetivo principal es la seducción y el entretenimiento (donde la repugnancia misma se torna en un modo de seducción y el punto es generar estímulos, generar consumo, generar necesidades que nacieron para vivir siempre hambrientas e insatisfechas), el discurso interno se vuelve una respuesta factible para determinar las consecuencias de esa fricción entre el sistema social y el psíquico, creando una especie de escisión entre el “yo” que es observado por los demás y el que se observa a sí mismo.

La realidad nos rebasa, la naturaleza nos excede y la apatía nos exime. El coste psíquico de enfrentar el choque entre mente y mundo es demasiado, pero demasiado es apenas suficiente.

martes, 27 de enero de 2009

Por qué filosofía (capítulos 2 y 3 de la primera parte)

Aunque quizá de una forma sencilla e introductoria, me parece que hasta ahora el libro de Xavier Rubert de Ventós logra poner sobre la mesa reflexiones interesantes con respecto a lo que es la “actitud” filosófica de una manera que se integra a la experiencia cotidiana.
Es indiscutible que nuestra esencia es la de seres limitados (por el lenguaje- que determina nuestra estructura mental-, por cuestiones psicológicas de percepción, etc). En lo personal, lo que más rescato de lo anterior es que es precisamente esa naturaleza limitada la que nos empuja a ir más allá de lo expresable e incluso de lo concebible, expandiendo las posibilidades de nuestra vivencia frente a lo desconocido, angustiante e indefinido.
Es verdad que el lenguaje nos resulta insuficiente (e ineficiente) y que rara vez sentimos, por ejemplo, odio, rencor o amor, pero es precisamente esa inquietud frente a lo inexpresable lo que nos lleva a algo más. Un ejemplo concreto para mí sería “En busca del tiempo perdido” y la técnica narrativa de Proust, que utiliza las palabras y las experiencias en general como si fueran bloques que, unidos, se convierten en una imagen precisa de algo que sería indescifrable de otra manera. Es como si apelara a objetos y sensaciones cotidianas, accesibles a todo mundo, y las apilara hasta que emerge esa sensación de lo inefable (como la famosa y multicitada madalena). El punto sería que el progreso (arte, filosofía, tecnología) deviene en gran parte de la incomodidad.
Finalmente, creo que el autor logra plantear de forma simpática a los filósofos como seres moderadamente irritantes, como niños con preguntas insaciables y personas que se dedican profesionalmente a tergiversar (con más preguntas) los supuestos que rigen los esquemas sociales. Un conocimiento omnipotente que todo lo abarca termina por asemejarse más a un concepto mágico y mítico de aproximación al mundo. Lo importante entonces sería entender el conocimiento como el acercamiento desde un ángulo contextualizado a una realidad que está en constante movimiento, de modo que al vivir bajo la idea del conocimiento débil se está más bien apelando a su fortaleza más grande.